Allá enfrente los columpios vacíos chirriaban en la oscuridad. Sus cadenas de metal se mecían lúgubremente irrumpiendo en aquel tétrico silencio, haciéndola dudar. ¿Había alguien más allí? No estaba segura, pero juraría que una presencia cercana observaba en silencio.
Entonces, como para cerciorarse de su cordura, Melissa avanzó hacia los columpios con pasos lentos, hundidos en la tierra mojada.
Al quedar pocos centímetros para rozar sus rodillas con el sillín metálico, los columpios cesaron en su actividad, y pronto el más escalofriante silencio se adueñó del lugar.