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jueves, 31 de marzo de 2011

Las tres joyas de la reina

En la antigua Tamasia, cuando el dragón del norte aún causaba estragos en las poblaciones colindantes al reino, e incluso a veces se informaba de pérdidas de civiles de Tamasia, vivía una reina llamada Minerva Pendragón.
Minerva era una mujer sabia que había abandonado las edades casaderas desde hacía mucho tiempo, pero aun así sentía un vacío en su interior tan grande como una cuna sin bebé.

Y es que la reina había dedicado la mayor parte de su vida a ayudar a su pueblo. Gracias a ella se construyeron nuevos puentes, casas más sólidas, nuevos cultivos y dos hospitales. La gente la adoraba, y no era para menos.
Pero llegada a la edad de cuarenta años Minerva se veía sola. Y no existía ningún hijo suyo que pudiese heredar el derecho al trono. En su lugar, el sucesor más cercano era Dámius Pendragón, su único primo.
Pero Dámius era ladino y codicioso. No sería un buen soberano.

Una noche de primavera mientras el bardo cantaba sus canciones a los pies del trono, Minerva hizo llamar a su consejero real, Tasios Vientoblanco, para que la asesorara en aquellos asuntos tan íntimos y embarazosos.

-Fiel consejero, son ya muchas las voces que piden un heredero. El hilo que sostiene la monarquía de la ciudad está a punto de romperse, y si no concibo pronto un hijo mi primo Dámius será el que gobierne en la ciudad inculcando sus oscuros designios. Además el ánimo de mi pueblo cada día cae con más fuerza. Temo una revolución.
-Estimada reina, dado que los ánimos son pésimos y el futuro del trono incierto, ¿por qué no celebrar un concurso para desposar a un civil? -la reina arqueó una ceja pero se acomodó en el trono para oír mejor a su compañero-. Podría ser el evento perfecto para animar a vuestra gente y de paso encontrar al hombre que engendre al heredero o heredera.
-Tus ideas, como siempre, son brillantes y esclarecedoras.

Y así, la reina Minerva Pendragón y el consejero Tasios lo prepararon todo para que a la semana siguiente todo estuviera en orden.
El pregonero real marchó a la plaza de Tamasia y a golpe de campana leyó con su voz musical y elocuente lo escrito en el pergamino desde la pluma y tinta de Tasios.
En él se anunciaba el concurso llamado Las Tres Joyas, en el que la reina había ocultado tres objetos de incalculable valor por todo el reino.

El anuncio impactó a la población y los hombres saltaron de alegría al saber que podrían convertirse en el próximo rey de Tamasia y padre del heredero del reino.
Y no era para menos la alegría que se respiraba en la plaza, pues el premio era el mayor que se había conocido en todos los concursos del mundo.

La reina Minerva había escondido con la ayuda de su consejero una corona de oro y zafiros que había heredado de su abuela en una gruta de los bosques del sur.
Con ayuda de profesionales del agua, en las profundidades del lago que se extendía al sur de Tamasia habían ocultado un pequeño cofre con un anillo de oro y tres diamantes engarzados.
Finalmente, en la cima de una de las montañas de la Cordillera del Péndulo, Tasios había escondido entre las rocas un cetro real que había utilizado el tatarabuelo de Minerva en su reinado.

Eran unas joyas de valor tan grande que la suma de todos ellos podría comprar una ciudad entera, pero obviamente el ser rey sería mucho más gratificante que todo aquello. Además, la pena por robo de las joyas sería la muerte y sabían que en Tamasia eran muy estrictos con las leyes y edictos.

La semana de la búsqueda de Las Tres Joyas comenzó y una oleada de hombres -¡hasta casados y padres de niños!- recorrieron todos los rincones de Tamasia con tal de hacerse con las joyas.
La búsqueda era sencilla: si un hombre encontraba las tres joyas sería nombrado rey en el acto, pero la reina sabía que aquello era algo difícil. Sin embargo, si las joyas eran encontradas por un hombre cada una, aquellos tres hombres serían llamados al trono y se batirían en duelo hasta que sólo quedase uno.

Pero la semana del concurso pasó y nadie llegó al trono con las joyas de Tamasia. La reina estaba enfurecida y sabía que había pecado de ingenua. ¡Cuánto daño le había hecho el ser bondadosa con los ojos cerrados! También existía la codicia y estaba siendo testigo de ello.

Pasaron noches en las que la reina de Tamasia se encerraba en sus aposentos reales mientras lloraba las pérdidas tan importantes y se lamentaba por su inocencia en aquellos asuntos.
Pensó entonces que nunca se casaría con ningún hombre, pues nadie merecía su amor. Todos estaban creados para abrazar lo material y desprenderse, si hacía falta, de su parte espiritual.

Pero entonces Tasios llamó a la puerta y la reina, aún llorando, le dio permiso para pasar.
Cuando Tasios cruzó el umbral la reina cesó en su llanto y observó patidifusa el aspecto de su consejero.
Su cuerpo estaba lleno de magulladuras, su traje se había tornado en harapos rotos y sucios y su cuerpo parecía más débil que nunca.
Sin embargo en sus manos traía una corona, un cetro y el pequeño cofre que se había hundido durante tanto tiempo en el lago.

-He tenido que perseguir durante días a los ladrones que se hicieron con vuestros tesoros, pero finalmente aquí están.
-Oh, gracias, Tasios. Puedes dejarlos aquí.
-Mi reina, además de rescatarlos de manos avaras, he conseguido vuestras joyas para poder ser el padre de vuestro retoño y el amor de su vida -Tasios se arrodilló delante de la reina con porte real y tomó su mano con suma delicadeza-. Mi reina, mi amada Minerva Pendragón, ¿aceptarías esta humilde propuesta?
-¡Oh, mi querido Tasios, nunca pensé que llegarías a pedírmelo! ¡Sí, por supuesto que acepto! Yo también te amo.

Y así fue como la reina Minerva Pendragón contrajo matrimonio con su consejero convirtiéndolo en el rey Tasios Pendragón de Tamasia, cuyo uniforme real estaba compuesto, entre otras cosas, con las joyas que había rescatado de los ladrones del concurso.

Un año más tarde, cuando la ciudad había sido calmada por los acontecimientos de las ejecuciones de los tres ladrones de las joyas, Minerva y Tasios tuvieron a un precioso niño al que llamaron Glaucus y que sería la esperanza de todo el pueblo de la hermosa Tamasia.




Licencia Creative Commons
Las tres joyas de la reina por Jessyca Mayorgas Arrabal se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Basada en una obra en edriellelaescriba.blogspot.com.

5 comentarios:

  1. Jum... me tenías preocupado =(, no das señales de vida T_T.

    El final me parece muy... ¿peliculero? No sé xD. De todas formas, me ha gustado, como todos los anteriores :).

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  2. Hola, Dani ^^. Últimamente estoy con los estudios bastante liada. Cada día me quedo unas dos horas extra para terminar un trabajo así que no tengo mucho tiempo para escribir.

    Sí, es muy peliculero, pero después de tanto estrés quise un poco de final feliz(que yo no soy muy dada a ese tipo de finales, ya lo sabes) así que hice que fuera más que nada un cuento de amor idealizado.

    PD: Si algún siglo termino el trabajo te lo enseñaré (es audivisual). Ya verás qué chulo ^^

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  3. Oki, suerte con el trabajo, seguro que te sale muy bien :).

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