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sábado, 12 de marzo de 2011

Selenne y las Hadas

Cuando el mundo era un mapa virginal y el sol siempre era un fuego nuevo, las hadas gobernaban el planeta como el viento surca las nubes.
Aquellos pequeños seres de belleza inalcanzable guardaban los secretos de las estrellas, del sol y las lunas.
Pero, al igual que los demás seres de la creación de los dioses, sus cuerpos materiales eran frágiles y temporales. En cualquier momento sus alas podrían dejar de moverse y sus cuerpos desaparecerían consumiéndose como la llama de una vela.

Pero para que su magia siguiera viva hacía falta la conexión de la vida humana con la feérica. Era la única manera de seguir con vida aún y pasando años desde sus comienzos.
Y el único motor que las mantenía vivas era la fe que en ellas depositaba la gente, y más concretamente los niños.
Desde los inicios de la vida los niños habían visto y jugado con las bellas hadas, y ellas habían descubierto en aquella fe la vida. No era egoísta pensar que se mantenían vivas gracias a ellos puesto que los niños se convertirían en adultos y los adultos necesitaban de la sabiduría feérica.
Pero, por supuesto, no todos los niños podían tener el mismo contacto con las hadas. Un día, cuando ya la primavera tocaba a su fin, las hermosas lunas de plata quedaron veladas por la sombra. Algunos decían que llegaba su muerte y su próxima resurrección. Otros afirmaban que se trataba de la posición de una estrella enorme que envidiaba la belleza de las lunas y las intentaba ocultar.
Los días transcurrían sombríos, gélidos y el silencio impregnaba cada rincón del mundo.
El humor de los pueblos decaía igual que las cosechas y las vidas. Muchos recién nacidos no llegaban ni siquiera a andar.
Y en aquel periodo de sombras el fuego en el planeta temía desafiar a la oscuridad. Todo el mundo se veía obligado a vagar en las tinieblas sin una guía.
Pero entonces las hadas decidieron brindar un tributo a la humanidad, pues gracias a la fe de sus niños continuaban vivas.
Los bellos seres de luz desearon poner fin al tormento de los humanos. Salieron de su reino agitando con fuerza sus alas. Era un espectáculo realmente hermoso. Había hadas de todas las formas y colores. Algunas tenían alas de libélula, otras de mariposa. También había hadas con múltiples alas de insecto. Otras tenían alas de mosca y otras de abeja. Pero todas ellas eran bonitas por igual.
Y entonces, cuando las hadas conseguían salir de su reino sus alas se iluminaban con luces de oro y plata.
Al ver la estela de luces tintineantes, los humanos decidieron seguirlas sintiendo como su dolor se aliviaba ligeramente. Gracias a la luz de las hadas cruzaron campos, ríos, mares y montañas.
Finalmente las buenas hadas lograron reunir a los extraviados hasta la capital del reino, donde el rey y la reina abrían las puertas del castillo y dejaban pasar a todo aquel que deseara calentarse con mantas y deleitarse con comida de la realeza.
Pero el tributo no terminaba. Para que el proceso de luz y sombras fuera completo, los soberanos del mundo feérico realizaron un conjuro de luz en el que una gota de oro fue derramada en el vino de una copa de plata. La mezcla se iluminó y calentó como si el fuego hubiese retornado.
La soberana del mundo de las hadas dijo que la mujer que antes riera con el corazón sería la elegida para beber del cáliz de magia.
Todo el mundo estaba en silencio.
Los hombres observaban a las mujeres con preocupación, pues sabían que ninguna de ellas tenía ganas de reír.
La luz allá afuera había terminado. Los campos se morían. Las cosechas se echaban a perder. Los animales estaban confundidos y las vacas no daban leche.
La vida de los campesinos pendía de un hilo y las hadas querían que rieran. ¿Cómo podían hacer eso? ¿Por qué les pedían algo tan difícil de realizar?
Ninguna de ellas tenía ganas de reír. Los gemidos y llantos pululaban por el ambiente y las mujeres cabizbajas intentaban buscarle un sentido a la petición de las hadas.
-¿Por qué, mi señora, jugáis de este modo con nosotras? –preguntó una campesina.
-No es nuestro deseo, bella mujer de los campos –contestó la soberana del mundo feérico-, que veáis la risa como un juego. Nuestro cometido, pueblo de la libertad, es que veáis en la risa el privilegio de la vida. Reíd y beberéis del cáliz de la magia. Reíd y la esperanza se os será devuelta.
Entonces la reina del mundo de los humanos observó en derredor. Vio la oscuridad en los ojos de todas las mujeres y supo que aquello parecía el fin de toda esperanza.
Todas ellas parecían tan consumidas como el último fuego de primavera.
Y entonces una ola de sentimientos invadió su cuerpo. La risa brotó desde su interior como la cascada que alimenta al manantial.
La gente dirigió la mirada hasta el trono de la soberana y ella, al sentirse observada, rió aún con más ganas.
No sabía por qué lo estaba haciendo pero se reía sin parar.
-Mi señora –musitó un guardia imperial-, ¿por qué esa risa?
-Oh, mi gentil caballero –dijo ella intentando controlarse mientras ponía su mano sobre el hombro uniformado del guardia-, acabo de verlo todo con claridad. Mi risa es la explosión de la oscuridad. No puedo mantenerme en silencio. Pues no existe silencio sin voz, ni luz sin oscuridad, ni vida sin muerte.
El rey y la reina de las hadas volaron hacia la soberana con el cáliz de luz sobre sus cabezas.
Entonces ella lo bebió y el calor invadió su interior.
Las hadas sonrieron y se marcharon, no sin antes prometerles el regreso de la esperanza.
Nueve meses más tarde, cuando la sombra parecía haber consumido todas las almas del planeta, la reina dio a luz a una hermosa niña de cabellos de oro y piel de leche. Sus ojos, tan enormes y hermosos, eran dos pinceladas de turquesa sobre un fondo tan blanco como la nieve esponjosa que cubría los campos.
La niña, un bebé tan hermoso como el fuego que parecía ya tan lejano como inexistente, iluminó la habitación y las parteras quedaron embelesadas por la luz.
La reina sonrió y junto a su esposo la llevaron hasta la más alta torre del castillo donde la presentaron a las nubes.
Y estas, una vez que se vieron iluminadas por la pureza del bebé se quebraron. Entonces fue cuando la luz que irradió el bebe salió disparada hacia la Cúpula Estelar, donde la sombra no pudo hacerle frente a la luz y las lunas de plata regresaron a la vida.
La pequeña princesita, a la que habían llamado Selenne, era una niña muy risueña y extrovertida. Le encantaba jugar con sus primas y primos en los patios del castillo y por las noches compartía historias con sus padres. Y siempre, antes de dormir, se deleitaba con la agradable risa de su madre. 


Los años pasaron y el feliz reino de los humanos era próspero y brillante. Pero entonces se dieron cuenta que habían pasado por alto algo muy importante. En todos aquellos años en los que la gente vivía feliz no habían reparado en la ausencia de los que habían hecho posible aquella felicidad. ¿Dónde se habían metido las hadas?
La princesa Selenne fue casa por casa preguntando a los niños si aún pensaban en las hadas. Ellos le contestaron que no, pues la única hada a la que le debían la vida era a ella. Ella había sido la portadora de la esperanza y no aquellos seres de los que habían oído hablar en cuentos.
Selenne entristeció. La luz que desprendía su cuerpo se apagaba con cada día que pasaba y sus padres no sabían qué hacer para mejorar su estado. La risa ya no funcionaba y el amor que le había prometido el príncipe de un lejano reino era tan fútil como el viento soplando a un barco sin vela.
Selenne abandonó el reino una noche bajo el cielo raso y se introdujo en la foresta salvaje.
Los árboles susurraban su nombre y el viento arremolinaba las hojas muertas bajo sus pies desnudos.
Y entonces Selenne detuvo sus pasos.
Sobre la rama de un abeto nevado, el único nevado en todo el bosque, reposaba un pequeñísimo hombre de luz.

Sus piernecitas se balanceaban y sus alitas de libélula se agitaban lentamente. Su rostro, tan cándido y amigable, se ladeó para observar el rostro apagado de la princesa.
-Soy la culpable de vuestra ausencia –dijo Selenne cuando la primera lágrima resbaló por su rostro. Nunca antes había llorado y sentía miedo. El joven muchacho del reino de las hadas revoloteó hasta ella y su lágrima se evaporó.
-No, no es así –contestó él con una voz de campanas-. Nuestra ausencia es por algo más grande. La fe es la cadena que une nuestros corazones y los niños de tu pueblo ya no creen en nosotros. Pero eso no significa que la fe esté muerta. Simplemente ha cambiado.
-Pero yo soy hija de hadas y humanos. No me siento viva si no estáis aquí.
-La luz comienza a desaparecer en tu reino, querida princesita. Tienes que poner fin a esto. Yo te propongo un trato. Eres la más hermosa princesa que he visto en toda mi vida. Ni hadas ni humanos pueden hacer frente a la luz que reside en tu corazón. Si te casas conmigo devolveré la luz a tu pueblo aunque ya nunca podremos regresar, pues la fe era el único camino que nos permitía regresar. Y yo estoy aquí gracias a ti.
Y parecía un trato digno de ser aceptado, pues cuando Selenne miró alrededor vio que los bosques comenzaban a morir. A cada lágrima que caía una planta moría, un ave se desprendía del cielo y un río se secaba.
Entonces miró al hombrecito del mundo de las hadas y descubrió en él una belleza nunca antes apreciada. No era sólo la hermosura de su rostro, sino también la de su corazón.
Selenne aceptó la apuesta, se inclinó hacia el hombrecillo y besó sus rojos cabellos.
Inmediatamente se produjo una explosión de luz y Selenne vio cómo su cuerpo se reducía hasta el tamaño de un hada.
De su espalda brotaron seis magníficas alas de mariposa de colores cálidos y primaverales, espirales danzantes y dibujos de estrellas.
La risa volvió a su alma y su rostro se iluminó con la belleza feérica.
El hombrecillo asió su mano y sobrevolaron juntos los bosques hasta llegar más allá de las nubes y las estrellas, donde el espléndido reino de las hadas aguardaba ante un esplendoroso amanecer que nunca terminaba.
Y en el reino de los humanos la luz volvió a resurgir. La vida volvió a cobrar un importante sentido y la risa en el pueblo se extendió como una agradable brisa primaveral.
Y aunque en el castillo la tristeza era lo más palpable a causa de la desaparición de la princesita, la alegría y la esperanza envolvieron al planeta como el cálido abrazo de una madre a su querida hija.

9 comentarios:

  1. Hola Edrielle!

    Gracias por pasarte por nuestro ya espacio común y, como ya te he dicho, bienvenida a la Bloggosfera.

    Bonita historia y gran corazón el de Selenne.
    Sé, porque confío plenamente, de la existencia de todos los otros mundos, invisibles para nuestros ojos, pero tan "reales" como el nuestro... y me parece genial que nos los recrees, así que, ánimo ;)

    Un abrazo!

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  2. Muchas gracias por tu mensaje. Siempre es de agrado leer palabras así cuando se está empezando en un sitio tan grande como Blogger.
    ¡Un besote!

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  3. muy bonita la historia tata!!! es preciosa y la realidad de la vida!! como una simple sonrisa puede cambiar todo!! me encanta!!!! sigue asiii porque tiene mucho talento!!! un beso guapaa!!!!!(soy tu tata):)

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  4. Qué poético... esto es precioso Jess!

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  5. ... es una historia tan linda muy bonita me encanto, exitos en todo. FELICIDADES

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  6. Ojalá supiera tu nombre para darte las gracias de una manera más personal, pero muy amable por tu parte ^_^

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  7. ¡Qué riqueza de lengüaje!, un desenvolvimiento exquisito, y un mundo mágico donde la luz envuelve a la más sombría de las oscuridades, me encanta tu espacio, felicidades y sigue adelante Edrielle, soy tu seguidor en Blogger, en Facebook y en Cincolinks. Tumbas de Famosos

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  8. ¡Muchísimas gracias, compañero! Lo cierto es que este es uno de mis cuentos favoritos; lo escribí con mucho cariño.
    Gracias por hacerte seguidor y por encontrar este espacio bonito. Yo ahora me estoy dando una vuelta por tu blog, así que en nada te escribo mi opinión.
    ¡Un beso!

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