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jueves, 28 de abril de 2011

Capítulo VI

Allá enfrente los columpios vacíos chirriaban en la oscuridad. Sus cadenas de metal se mecían lúgubremente irrumpiendo en aquel tétrico silencio, haciéndola dudar. ¿Había alguien más allí? No estaba segura, pero juraría que una presencia cercana observaba en silencio.

Entonces, como para cerciorarse de su cordura, Melissa avanzó hacia los columpios con pasos lentos, hundidos en la tierra mojada.
Al quedar pocos centímetros para rozar sus rodillas con el sillín metálico, los columpios cesaron en su actividad, y pronto el más escalofriante silencio se adueñó del lugar.

Cuando la niebla dio un poco de tregua a la poca visibilidad que tenía Melissa, vio que sobre el sillín reposaba un papel arrugado y bastante deteriorado.
Al cogerlo observó estupefacta que se trataba del mismo papel que descubrió en el escritorio.
Melissa introdujo su mano en el bolsillo para cerciorarse que se trataba del mismo, y efectivamente se dio cuenta de que así era.
Su bolsillo estaba vacío. Por una extraña razón el papel había salido de su bolsillo para yacer en el frío metal del columpio.

Melissa frunció el cejo y miró en derredor. Había alguien que le estaba dando pistas confusas, pues sabía que Dohe St no existía.
Aquello parecía una broma macabra del secuestrador de Jessica Brigham.
Pero entonces, disipando sus cavilaciones, el sonido sordo de un objeto impactando contra el suelo la hizo girar sobre sus talones en un único y brusco movimiento.

A unos cuantos metros de su posición se encontraba abierta la portezuela del parque y entonces logró ver más allá.
Entre la densa niebla y la oscuridad insondable se dio cuenta que existían las siluetas de unos edificios bajos y silenciosos. No existía ninguna luz, pero sabe que allá hay un pueblo, quizá una ciudad. La misma que ha estado siempre que ha ido pero nunca ha logrado ver con claridad.

Guardándose nuevamente el papelito en el bolsillo trasero de su pantalón avanzó hasta dejar atrás la portezuela de madera.
Bajo sus pies se extendía una carretera asfaltada húmeda y humeante. Quizá la niebla acariciaba el asfalto para luego volverse a elevar en una oscura danza infernal.

Melissa continuó caminando en la soledad. Sentía que la niebla y la oscuridad la rodeaba, pero entonces logró vislumbrar una acera de grava que se elevaba unos centímetros del asfalto, y caminó sobre aquella superficie parcialmente mojada.

A su izquierda había muros. Muros de edificios y comercios. Concretamente se encontraba frente a la Peluquería Doris, con un neón en forma de tijeras y cepillo apagado.
Los ventanales del escaparate estaban oscuros, pero aún así pudo ver, con mucho esfuerzo, que el interior estaba en penumbra y abandonado. Incluso los espejos delante de las butacas de piel estaban polvorientos y desgastados. Había dos que incluso estaban agrietados.
No cabía duda que se encontraba en un lugar bastante abandonado. Pero ¿sería todo el pueblo igual? Aunque la mayor pregunta de todas rondaba por su mente cada dos por tres, y no sabía cómo contestar a eso.
¿Dónde estaba?


Unos pasos más allá, Melissa vio que sobre el asfalto reposaba una carpeta azul de colegio. Probablemente aquello era lo que había oído en el parque cayéndose en la distancia. A alguien se le había caído la carpeta.
Entonces, abriendo los ojos como platos, vio que los cordeles de la carpeta eran rojos, y supo de inmediato que se trataba de la carpeta escolar de su hija.

Cuando Melissa se arrodilló ante la carpeta de su hija Jessica pudo ver que en la cara que miraba hacia el cielo oscuro había algo grabado. Estaba grabado con fuerza, pues el material de la carpeta estaba descorchado en cada trazado.
Ahí, en el grotesco grabado, Melissa pudo distinguir unas cuantas figuras. Se veía a una niña pequeña de cabello largo, obviamente mal dibujada, en el centro de una espiral que endurecía sus trazados a medida que se adentraba en el centro.

-Jessica.
Logró decir Melissa con una voz rota por la emoción contenida. Con desesperación abrió la carpeta y encontró una cuantiosa pila de folios en blanco. Nada relevante. No había ninguna anotación ni ningún dibujo. Lo único que pudo observar fue el dibujo de su hija cayendo en una extraña espiral irregular mal trazada.

La brisa, la fantasmal y gélida brisa, se llevó algunos de los folios de la carpeta, esparciéndolos por el asfalto mojado, deteriorando el material hasta convertirlo en masas sucias de papel mojado.

Melissa se puso de pie y miró en derredor. La niebla había descendido un poco, y ahora podía ver algo más los edificios. Casi todos eran edificios bajos, de tejados alargados y oscuros. Tenía toda la pinta de tratarse de uno de aquellos pueblos antiguos con una gran historia a sus espaldas. Pero no era admiración lo que Melissa sentía, en su lugar sentía una gran hostilidad y recelo creciendo en cada rincón del pueblo, como dos ojos invisibles acechando, esperando el momento oportuno.

Dejando la carpeta en el asfalto mojado, Melissa comenzó a caminar nuevamente sobre la acera humeante, dejando atrás otros comercios como una floristería, una sastrería y una tienda de calzado. En aquella última pudo ver que los ventanales de los escaparates estaban rotos y la mercancía había desaparecido casi en su totalidad.
Finalmente llegó a una destartalada estación de autobuses.

El poste metálico donde se encontraba una gran B azul estaba oxidado y el azul del cartel parecía viejo y destartalado.
El banco de metal había sufrido lo mismo que el poste, puesto que la pintura estaba descorchada y el metal que asomaba estaba oxidado.

Entonces vio que en la otra cara del poste había un pequeño mapa describiendo las rutas del autobús que paraba en aquella estación.
Su corazón le dio un vuelco cuando, estupefacta, observó que a dos calles de su posición se encontraba Dohe St.
Pero entonces, un fuerte dolor de cabeza la sacudió, obligándola a caer sobre sus rodillas con las manos en las sienes.



Cuando abrió los ojos vio que Robert salía del cuarto de baño con un batín puesto y el pelo aún mojado.
Ella respiraba agitadamente, y Robert se acercó ceñudo a su mujer. Se sentó en el borde de la cama y la observó sin decir nada.

Ella dirigió su mirada hacia la ventana y vio que la claridad del día había dejado atrás a la tormenta de la noche y que entonces, todo aquello que había experimentado no era más que un macabro sueño propio de la preocupada mente de una madre desesperada.

-Ha llamado Jared –dijo Robert rompiendo el silencio. Melissa pestañeó unas cuantas veces más, se estiró disimuladamente y se incorporó en la cama, apoyando la espalda en la pared de color salmón-. Dice que siente mucho lo que ha ocurrido con Jessica, y que me agradece el hecho de formar parte de Connor’s Chair hasta que él se encuentre con fuerzas para relevarme.
-¿Cómo está? –la pregunta era obvia y estúpida así que ambos miraron las sábanas en silencio. Pasados unos segundos Melissa volvió a alzar el rostro-. No sé por qué pero incluso me siento responsable.
-Podríamos ir a verle. Está aquí, en Carmyle.
-Está bien. ¿Qué hora es?
-Las once y cuarto.
Cuando Melissa terminó de ducharse se peinó la larga melena y se maquilló ligeramente dándole un aspecto más saludable, puesto que su rostro demacrado era el propio de una enferma terminal que abandona toda esperanza.

Sobre las doce y media el land rover de Robert aparcó frente a una pequeña casa de dos pisos con jardín delantero.
Nada más cerrar la puerta de Melissa Jared apareció por la puerta de entrada. Habían hablado por teléfono unos minutos antes, puesto que Jared se había quedado en casa de su amigo Aaron Hurley.

Tanto Robert como Melissa Brigham subieron las escaleras lentamente cabizbajos, intento no mantener mucho contacto visual con el pobre Jared. No querían que le viesen como un pobre niño indefenso, puesto que sabían que Jared odiaba que la gente se compadeciera de él, pero aquella situación era muy superior: sus padres habían sido decapitados.

Melissa y Robert se encontraban sentados en el sofá de dos plazas de color arenoso frente a la mesilla baja de madera clara. Jared estaba en un sillón orejero delante de ellos, guardando silencio. Pasados unos incómodos segundos apareció Aaron con su novia, Carolyn Jones, portando una bandeja de plata con té y magdalenas.
Ambos sirvieron la bandeja en la mesa y Robert asintió con la cabeza agradeciendo el servicio. A continuación la pareja universitaria se sentó en el sofá adyacente al de los Brigham, donde el respaldo casi rozaba el alto ventanal que daba a la fachada principal.


-Os agradezco mucho que estéis aquí –dijo Jared dando un sorbo furtivo a su taza y sin despegar la vista de la mesa. Parecía cansado, demacrado y totalmente lívido-. Siempre habéis sido personas clave en mi familia. Recuerdo cuando me quedaba en vuestra casa y Melissa me dejaba comer chucherías, y unos años más tarde me compraba cervezas sin que mamá lo supiera –Jared esbozó una sonrisa fugaz. Melissa hizo otro tanto.
-Sí, es cierto –dijo ella. Después se hizo otro prolongado silencio. Tan sólo se oían las cucharillas repiquetear contra la porcelana-. Oye, Jared, para cualquier cosa nosotros…
-Lo sé –interrumpió él. Melissa comprimió los labios y asintió con la cabeza-. Y quiero que sepáis que en cuanto se calmen un poco las cosas contribuiré en la búsqueda de vuestra hija. Jessica también era importante para mí.
-Gracias, Jared –dijo Robert en un susurro.
-Por cierto, Robert, he cogido unos papeles de la oficina de mi padre –al decir aquella palabra todos pudieron sentir como su voz se rompía, pero intentó reincorporarse tosiendo disimuladamente-, y unas llaves de las otras oficinas. También tienes cartas del banco, y un pendrive con documentos de la empresa.
-De acuerdo, yo me haré cargo –aceptó Robert.








Cuando el té y las pastas se terminaron, los cinco conversaron prudentemente sobre temas fútiles y sin importancia, pero que sabían que mitigarían mínimamente el dolor de Jared. Aunque, obviamente, nada arrancaría el enorme vacío tan reciente que el pobre chico sentía, pues sus padres habían sido brutalmente asesinados.
De pronto, Carolyn y Aaron comenzaron a hablar sobre sus planes de boda. Era una estupidez, Melissa lo sabía, pero aquello desviaría por un momento las lúgubres conversaciones que nacían de cualquier tema. Todo desembocaba en la misma conversación, y cada vez que aquello pasaba se podía observar una gota lumínica resbalando por el rostro de Jared. Y tanto Melissa como Robert sentían las mismas ganas de llorar y gritar. Su hija, creían, no estaba muerta, pero era una desaparición igualmente dolorosa.

Y entonces, cuando Carolyn estaba comentando el lugar donde deseaban realizar la unión, el móvil de Melissa sonó con Waiting for you, de Akira Yamaoka y Elizabeth McGlynn.
Ella dio un respingo, pues después de lo ocurrido todo parecía formar parte de una horrible pesadilla que no tenía fin.
Cogió el móvil y pudo ver en la pantalla el apellido de la inspectora Meyers, así que decidió disculparse y se apartó del salón hasta quedarse tras el muro de la cocina. Descolgó el teléfono y la voz de Donna Meyers sonó igual de autoritaria que la última vez que habían hablado.

-¿Sí? –preguntó Melissa intentando ser lo más imperceptible que pudiese.
-Han realizado unas cuantas pruebas forenses y científicas sobre las posibles pruebas halladas en la vivienda de los Connor.
-¿Y? –preguntó Melissa con desesperación.
-No se ha encontrado nada relevante.
-¿Cómo? –Melissa frunció aún más el ceño y sintió que su voz se tornaba aún más aguda-. ¿Cómo que no han encontrado nada?
-Hay algo curioso. Los cortes que sufrieron los Connor eran limpios y sus heridas estaban cauterizadas. Sospechamos que les atacaron con un arma al rojo vivo –Melissa sintió un horrible frío trepándole por la espalda-. Y, además, la sangre que se encontraba en la habitación, así como el grotesco dibujo del cuarto de baño, no pertenecen al matrimonio –Melissa sintió que se le cortaba la respiración. A duras penas pudo preguntar-:
-¿Se trata… de…?
-No. No se trata de Jessica. No encontramos nada de su hija. Únicamente algunos cabellos en su almohada. Nada alarmante.
-¿De quién es la sangre?
-No lo sabemos.
-¿Cómo?
-No consta en ningún registro esas características de ADN. Pero aún es demasiado pronto. Melissa –dijo Donna Meyers rebajando su tono serio-, sé que todo es demasiado reciente, y siento ser así de brusca, pero creo que esto tenía que contároslo antes a vosotros, puesto que Jared Connor se encuentra demasiado débil.
-Sí, has hecho bien. No te preocupes.




Cuando Robert y Melissa cerraron la puerta de su casa en Carmyle, cerca del río, sintieron una nueva oleada de sentimientos. La casa parecía vacía y sin vida.
Normalmente Jessica era una niña tímida e introvertida, pero en casa se mostraba cariñosa y juguetona con sus padres, y ahora sentían que les faltaba esa vitalidad que sólo ella sabía y podía aportar.

Además, Melissa tenía la horrible sensación de ocultarle cosas a su marido. No sabía muy bien por qué, pero creía que necesitaba explicarle el sueño que había tenido.
Recapacitó unos instantes.
Era un sueño. Un estúpido sueño. No podía ser nada más.
Todo era demasiado reciente y su mente había construido ese lúgubre pueblo para encontrar a su hija, aunque sin éxito.
Pero, ¿realmente era un sueño? Recordaba que todo parecía muy real. Incluso el frío y la humedad eran casi tangibles.

4 comentarios:

  1. Leyendo este capítulo he aprendido que una palabra se escribe de una forma distinta a como lo he hecho yo toda mi vida D: /blush

    Moar, I want moar!

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  2. ¿Qué palabra? A ver si voy a estar yo equivocada xD

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  3. No, porque lo he buscado en la RAE :(. "Cerciorarse" yo siempre lo he escrito y dicho como "CercioNarse" T_T.

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