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miércoles, 23 de noviembre de 2011

La paradoja del amor

Ella en sus brazos, y yo en mi soledad.
Así es como me siento, madre, pues después de batallar duramente bajo las cien lunas de las adversidades del amor ahora me veo en este lugar baldío y sin corazón.
Lo di todo: alma, carne y hueso. Y ciertamente de ella recibí todo aquello nuevo para mí. Las esperanzas alimentaron mi ser e iluminaron mi vida.

Pasamos los mejores momentos. Vivimos las más bellas historias. ¡Una historia interminable llena de amor y fantasía!
Pero, ay, entonces las nubes oscurecieron el semblante del cielo y la luna y el sol murieron tras el velo negro.
¿Y qué se podía esperar de mí? Un simple velero cuyo capitán ha abandonado el viaje. Un espejo que únicamente se le recuerda como tal por su marco de oro. Un ave que ha perdido la facultad de volar.
¿Qué esperan de mí? ¿Qué espera ella? ¿Por que palabras tan crueles a un corazón ya dañado? ¡Tú sí fuiste quien quise tener a mi lado!
Pero ahora la suerte no me ha acompañado, pues mientras yo lloro ella goza en su felicidad.
Pues ella está en sus brazos, y yo en mi soledad.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Carta de la reflexión

Hola, enamorada

Te escribo desde la penumbra de mi habitación, donde la luna se alza orgullosa sobre el firmamento negro y denso de la noche.
¿Qué puedo decir? No me lo esperaba. Sé que tenías muchas esperanzas, quizá más que yo, en que esto saliera bien.
Él fue la llave de la esperanza que abrió la puerta que yo misma había cerrado tantos años atrás. Él me dijo que confiara en él, pues además de en mí misma, o en la parte oscura de mí misma, también podía confiar en otra persona. En él. Y así lo hice.
Su luz arrebató mi oscuridad y viví los momentos más extraños y felices de mi vida.
¿Extraños? Sí, así es, pues este corazón poco amor había visto, y aunque fuera un espejismo él me lo mostró y yo lo gocé como la chiquilla que se queda prendada del primer amor de su vida.
¿Bonito? sí, lo fue. Pues en esta noche lánguida y silenciosa te escribo los recuerdos de tiempos felices, ya que él abrió la puerta de la felicidad pero oxidó los goznes con la mentira.
¿De quién, entonces, puedo fiarme? ¿A quién puedo entregarle mi amor? ¿Vale la pena si este es el riesgo?

Siempre tuya, Alma Gris

domingo, 20 de noviembre de 2011

El infortunio de Belina y la luz que dejó atrás, Primera parte

Criada en el seno de una familia humilde procedente de Atria, Belina Kassiopea siempre había gozado de las mieles de un entorno cálido y agradable.
A la edad de dieciséis años Belina, su madre Harda, su tía Melisea y sus hermanas pequeñas Danae, Mïlva y Neadel se tuvieron que mudar de las gélidas tierras norteñas dado que el hachazo de la muerte fue muy duro y contundente en la familia.



Mientras trabajaba en las minas del monte Derot, Balano, el marido de Harda, sufrió un terrible accidente: un derrumbamiento acabó con su vida y con la de tres mineros más que trabajaban día y noche extrayendo el precioso mineral de las entrañas de la tierra.