En la lejanía del bullicio de la ciudad vivía un joven campesino de cabello terroso. Sus ojos, tan grandes y oscuros yacían ya rodeados de las arrugas propias de un hombre mayor. Pues desde bien pequeño había aprendido a coger una azada y cultivar los campos que de sus padres heredó, pues ellos perecieron durante una guerra años atrás.
Las muertes en el planeta se sumaban con cada día que contaba pero Gannu parecía estar demasiado ocupado con sus responsabilidades. Durante muchos años había pensado que la mejor manera para sobrellevar el dolor era poniéndose más y más trabajo hasta que por la noche, la hora más conflictiva, quedara dormido sin a penas esfuerzo.
Una semana más tarde Gannu despertó una mañana calurosa y se dio cuenta que su única vaca estaba muerta. ¡Qué terrible suceso! Su vaca, su preciado tesoro, ya no podría ofrecerle el queso y la leche que tanto ansiaba. Era casi la mayoría de su sustento.
-Al norte, pasadas las montañas que brillan como las mismas lunas, encontrarás la granja de Síldira -le informó una vecina de los cultivos. En realidad fue un acto impulsivo, pues la anciana quería viajar la primera hasta la granja y llevarse todo el queso y leche que pudiera.
Pero Gannu sería más rápido. Por la tarde ya estaba preparado. Había cogido todas las pertenencias posibles para el viaje, pues sabía que la granja de Síldira estaba a un día de sus campos. Sería duro y agotador pero el esfuerzo merecería la pena, pensó lleno de esperanza.
La primera hora de viaje fue muy agradable, pues el sol brillaba sobre su cabeza calentando las lluvias del día anterior y brindando un ambiente cálido y acogedor.
Además en su camino se había cruzado un chico de diecisiete años que portaba en su espalda una mochila de piel repleta de útiles de jardinería.
-¿Adónde te diriges? -preguntó el muchacho con alegre voz.
-A la granja de Síldira. He de conseguir leche y queso.
-¡Qué grata coincidencia! Yo también me dirijo a su granja. Pero mi voluntad es otra bien diferente. Voy a trabajar en su jardín hasta que se enamore de mí y pueda pedir su mano. ¡Es tan bella!
Cuando el sol cambió de posición allá arriba y el sendero arenoso describió una curva por encima de un acantilado rocoso, otro hombre de baja estatura y ancha espalda se unió al grupo.
El hombre en cuestión, de aspecto tosco y cansado, cargaba en su espalda una enorme hacha de doble hoja.
-¿Adónde va usted? -preguntó el jardinero.
-A la granja de Síldira. Voy a talar los árboles que impiden que el sol se deleite con su belleza. Quizá así me permita ser su marido. ¡Es tan buena!
-Creo, amigo mío, que tendremos que competir -dijo el muchacho. Entonces el hombre más mayor le dedicó una mirada fulminante y él enmudeció.
¿Qué tendría esa Síldira para que tanto un muchacho recién salido del útero y un hombre con demasiada vida quisieran casarse con ella? Debía ser una mujer fantástica.
Entonces sin quererlo a Gannu se le formó una imagen de cómo podría ser Síldira. Largos cabellos dorados que caían en delicadas cascadas sobre la espalda y el pecho. Una cara fina, pálida cual porcelana y brillante como una piedra preciosa. Pero aún más bellos serían sus ojos, de color tan claro como el agua estancada en el lago del reino. Su cuerpo, frágil y suave sería la inalcanzable belleza de las estrellas parpadeantes.
Sin poder controlar sus impulsos Gannu soltó un suspiro y lo enmascaró tosiendo con vehemencia. ¡Qué estupidez era aquello! No podía perder el tiempo pensando en cómo sería la granjera. Tenía que pensar en cuánto dinero le iba a pedir por la leche y el queso. Quizá sólo le llegara para comprar una de las dos o quizá para nada.
Dos horas más tarde un hombre alto, vestido con ropa impecable y con un sombrero de copa alta y ala corta se acercó a los viajeros. No llevaba ningún tipo de carga y solía mirar de soslayo a sus acompañantes con expresión soberbia.
-¿Por qué un hombre de la gran ciudad se une a nosotros? -preguntó el hombre bajo con voz oxidada.
-Oh, mi humilde campesino, no es mi voluntad unirme a vos en este trayecto. Simplemente el azar ha querido que nuestros pasos nos lleven al mismo lugar.
-¿Y a qué lugar va usted? -preguntó el muchacho.
-No es de su incumbencia, maese jardinero -replicó el hombre.
-¿También usted va a ver a Síldira? -preguntó Gannu. Entonces el hombre alzó sus bien perfiladas cejas y miró con expresión severa al muchacho.
-¿Quién le ha informado sobre mis asuntos?
-Nadie. Pero si lo que quiere es casarse con Síldira tendrá que competir con estos dos.
Entonces se produjo una nube de amenazas, promesas, insultos y frases ininteligibles por parte de los tres. Gannu parecía divertido. Asió con fuerza su equipaje y caminó sonriente hasta internarse en lo que parecía ser la manga de un bosque que esparcía perezosamente grupos de árboles de hoja delgada y dura.
Finalmente, cuando el sol moría tras las montañas del oeste y teñía al mundo de su color rosado y oscurecía los perfiles lejanos, Gannu sintió la necesidad de comer. Y allí, en medio del bosque, compartió con los demás la poca comida que llevaba encima.
El hombre rico rehusó a comer de la comida de los pobres pero finalmente, cuando su estómago le delató, se sentó cuidadosamente sobre un tronco podrido y comió con hambre un poco de pan y mortadela rancia.
El sol ya se había ido a dormir y lo que ahora predominaba en el cielo eran las dos sonrisas de las lunas a medio morir. Las estrellas en el firmamento parecían más brillantes que nunca pero aún así el camino parecía oculto en las sombras.
Entonces el hombre bajito tuvo una idea. Con su hacha taló unas cuantas y poderosas ramas y el jardinero las impregnó con sus aceites. Después el hombre rico extrajo de su bolsillo un estuche de cuero. De él sacó una yesca y un pedernal y encendió cuatro antorchas que sostuvieron los viajeros con tal de hacerle frente a las sombras que parecían querer engullirlos.
Cuatro horas más tarde los huesos estaban cansados y el alma parecía dormida, pero por fin habían llegado a su destino.
Pero un nuevo camino se cruzó ante sus ojos. Al final del sendero que les conducía hacia la granja de Síldira había una bifurcación. Hacia la derecha, según señalaba el cartel de madera desgastada, estaba la granja de la que podría ser una bella granjera. Pero hacia la izquierda había un corral de vacas y cabras.
Gannu se detuvo, indeciso, y los tres hombres se giraron para contemplarlo. Durante todo el viaje Gannu había hecho alarde de su seguridad y control pero en aquellos momentos dudaba de su elección. Si era real lo que aquellos hombres decían Síldira era una mujer tan bella como buena y podría ser la esposa perfecta. Y bien sabía Gannu que deseaba tener una esposa a la que amar, pues además de sus cultivos y sus animales también había deseado poder dormir junto al amor de su vida. Y no sabía bien por qué pero empezaba a sentir un afecto especial hacia aquella desconocida mujer.
Pero las vacas estaban aguardando a la izquierda. ¿Qué era más importante en su vida? ¿Ser amado y amar o poder comer durante mucho tiempo y además tener la posibilidad de vivir con estabilidad?
Sus decisiones marcaban un camino diferente, y ambos parecían igual de importantes.
Entonces se le ocurrió la pregunta que culminaría su decisión.
-Vosotros que tanto amáis a la granjera y que tanto sabéis de ella. ¿Vende Síldira ganado?
-Con la sinceridad en la mano -se adelantó el muchacho-, no sé si además vende ganado.
-Hablando con total seguridad sé que entre sus actividades no consta la venta de ganado -respondió el hombre bajo y tosco.
-No tendría por qué hablar con vos de asuntos que no me incumben pero después de la cena, que aunque asquerosa he de agradecerla, le diré que no tengo ni la más remota idea -dijo el hombre adinerado-. Tendrá que fiarse de las palabras de ese jardinero, o de las de este pequeño guerrero. ¿Qué hará, creerá en la duda o en la afirmación?
-Ambas merecen ser descubiertas -dijo Gannu-, pero mi hambre no perdona.
Y así fue que Gannu se despidió de los tres hombres que viajaron silenciosamente blandiendo sus antorchas hacia el este, donde el camino desaparecía al bajar por una colina. Seguramente allá abajo estaría la bella Síldira, pero eso sería algo que jamás llegaría a descubrir.
En su lugar llegó a la granja donde una anciana recibió su visita. Gannu le contó todo lo ocurrido en el viaje y entonces la anciana decidió venderle una vaca y una burra a un precio razonable. La mujer le pidió tantas monedas como llevara en el bolsillo.
Gannu agradeció la oferta y ató a la vaca, se subió a la burra e hizo su viaje hacia el sur sin poder reprimir, de vez en cuando, echar una mirada hacia atrás pensando en la bella Síldira.
Gannu había dejado marchar al que podría haber sido el amor de su vida pero en cambio había obtenido una vaca joven que daba mucha leche y hacía un queso estupendo con ella. Y además la burra le ayudaba en sus tareas del campo y sus viajes por el reino.
Buen cuento, me ha gustado :). Yo estaría en la misma situación que Gannu, indeciso, pero seguramente hubiera tirado hacia la derecha al final xD.
ResponderEliminarEspero ansioso más cuentos ^^.
Pero realmente no sabes cómo es esa tal Síldira. Tienes la seguridad de que existen vacas (estabilidad) y sostienes la esperanza de que existe la mujer perfecta (Síldira). Aunque yo me he visto en situaciones parecidas a mi Gannu... finalmente pienso en frío y SUELO tirar por el raciocinio. Otras es verdad que me dejo llevar...
ResponderEliminarPues yo igual, pero la curiosidad muchas veces me puede :P
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