Melissa caminaba arrastrando un precioso –aunque pomposo- vestido blanco con brillantes y transparencias. Un escote en forma de corazón resaltaba su pecho, que aunque no era tan grande como el de Grace, con ese vestido le hacía una forma preciosa, casi tentadora para Robert.
Su rostro pálido estaba maquillado, pero aún se podía ver su tez lechosa en contraste con un cabello tan oscuro como la obsidiana.
Sus grandes ojos negros estaban maquillados por rimel y sombras, sus labios estaban pintados con una tonalidad de rosa palo muy clara y sus pómulos resaltaban con un tímido rubor.
Su largo cabello había sido recogido en un elaborado moño con algunos tirabuzones cayéndole por la nuca, los hombros y el pecho.
El flequillo partido por la mitad se estiraba hacia los lados como los recogidos celtas. Entonces Robert observó que de sus orejas colgaban sendos pendientes alargados con incrustaciones de brillantes. Robert se imaginó la escena: Audrey obligándole a aceptar aquel regalo, puesto que serían diamantes, para que luciera como una verdadera princesa. Robert conocía a Melissa, y si por ella fuera, se casaría en camisón.
Melissa no pudo evitarlo. Observó como los bancos estaban parcialmente completos, pero allí nadie se apellidaba Lawrence salvo ella. En cambio, allí la mayoría eran Brigham, amigos de los Brigham o jefes de algún sector dentro de Brigham’s.
Cuando la boda terminó de oficiarse, la gente comenzó a hacer fotos y Melissa se vio obligada a ofrecer una sonrisa tirante, muy forzada. Sólo podía sonreír cuando Robert la cogía de la cintura con sus poderosos brazos y hundía sus labios en los de ella. Y en aquel momento fue cuando se hizo la mejor foto. Robert y Melissa, de pie sobre la plataforma de madera frente al atril, besándose como si no hubiese mañana.
Una vez en el comedor del restaurante, el rumor de la muchedumbre se mezcló por el aire, uniéndose al humo del tabaco y el puro.
Melissa se sentaba en una mesa alargada adornada con flores y un largo mantel blanco. A su derecha tenía a Robert, quien fumaba un puro después de haberse comido un plato enorme con comidas extrañas de alta cocina que Melissa desconocía. A su izquierda se sentaba Mary Louise Brigham, quien parloteaba cual cotorra banalidades que no le interesaban.
Cuando Robert se levantó para ir al cuarto de baño se topó con su madre, la cual sostenía una delicada copa de Martini y una aceituna clavada en un palillo. Sonreía y le miraba con ternura, pero parecía escondida. Robert miró en derredor, pero no encontró de quién podría estar ocultándose.
Audrey acarició el rostro de su hijo y sintió la perenne barba de tres días que siempre lucía. Aquello era algo que le encantaba a Melissa.
-Mi pequeño Robby –dijo Audrey-. Sabes que te quiero, y que me preocupo mucho por ti.
-Siempre te has preocupado mucho por mí, mamá.
-¿Y qué madre no se preocupa por su hijo, dime? –Audrey retiró la mano y sorbió de su copa-. Sólo quiero lo mejor para ti. ¿Sabes? Estoy feliz. Dentro de todo lo… malo, Melissa ha accedido a apellidarse Brigham. ¡Ah, si tu padre estuviese con nosotros…!
-Mamá –dijo Robert con un tono grave, sintiendo como el enfado burbujeaba como el calor acumulándose dentro de una olla de agua a punto de hervir-, te he pedido mil veces que aceptes a Melissa. Es buena conmigo, y nadie nos podrá separar. Sé que no está dentro de tus favoritas, y si por ti fuera me hubiese casado con esa estirada de Selene Rods, la hija del jefe de marketing. Pero no; yo elijo mi vida.
-No, hijo, no –continuó su madre con ternura-, yo no te pido que hagas lo que yo quiero. Simplemente te hablo por experiencia. Recuerda que tengo sesenta y… algunos años, y estoy curtida en experiencias de la vida. Además, piénsalo fríamente: tú eres el hermano mayor, y si yo faltara te quedarías con mi puesto. Serías el dueño absoluto de Brigham’s, y Melissa… bueno, al ser tu esposa tendría la misma relevancia. ¿Crees, de verdad, que la desheredada de los Lawrence podría llevar a buen puerto nuestra empresa? ¿Acaso no ves las noticias? L&H están casi en la quiebra, y la mala imagen de Melissa ha afectado muchísimo. Incluso hay quien dice que los Hamilton ya no se pueden permitir la mansión de Dartford.
-Basta –atajó Robert-. Es mi mujer y la quiero, y si el día de mañana somos los dueños de Brigham’s haremos que papá esté orgulloso allá donde esté, aunque tú te retuerzas de odio en tu lugar de descanso.
Robert pasó por delante de Audrey, dejándole con la boca entreabierta y el ceño fruncido. Sostenía aún su copa medio vacía, pero parecía una escultura puesto que incluso el pulso había descendido. Nunca antes Robert le había respondido con algo así.
19 de agosto de 2010
Alejados de la familia, Robert y Melissa Brigham se sentían dichosos. Habían comprado una luna de miel de una semana de duración, y quisieron alejarse del frío británico y del frío de la familia Brigham. Así, los recién casados se vieron surcando las aguas del mediterráneo en un costoso crucero que poca gente se podía permitir. Todo iba a cargo de Robert Brigham.
Allí, en la embarcación llamada Estrella de Cetus, Melissa y Robert podían reír, bailar hasta altas horas, beber y hacer locuras sin que nadie les recordase que existía un protocolo. Aunque, lo que ellos no sabían es que a bordo había una persona llamada Cheryl Mason, reportera de The Sun.
Melissa y Robert Brigham estaban llegando a costas griegas, y el sol era abrasador. El calor invitaba a que la gente se pusiese el bañador y bajase a la enorme piscina climatizada del buque.
Melissa estaba en el burbujeante jacuzzi con una copa de vodka en su mano izquierda. Su largo cabello se abría en dos gruesos mechones totalmente mojados que flotaban en el agua inquieta.
Robert salió del probador y Melissa le dedicó un silbido. Y realmente se lo merecía. Melissa se consideraba afortunada al estar con un hombre tan perfecto dentro de su imperfección. Físicamente era un regalo a los ojos. Alto, de piel clara –aunque el sol había enrojecido algunas zonas-, ojos grandes y azules y el cabello de una tonalidad rubia apagada. Además, aquella barba le hacía irresistible.
-¿No quieres beber un poquito? –preguntó Melissa con una voz tentadora, casi un ronroneo. Robert dibujó una media sonrisa y entró en el jacuzzi. Era una suerte que allí no hubiese nadie más. Era bastante temprano, y la noche anterior había habido un espectáculo. La gente estaba durmiendo.
Robert bebió un poco de vodka de la copa de su mujer y se acercó más a ella. Melissa le miraba con ojos llenos de deseo, y se mordió el labio inferior.
En cuestión de segundos el bañador de Robert flotaba en las aguas turbulentas, y Melissa luchaba por no emitir gemidos tan altos que la gente entrase en la zona para curiosear.
19 de agosto de 2010, por la noche
Melissa comía un delicioso plato de pasta a la carbonara, y Robert terminaba su plato de costillas de cerdo. Ambos tenían una copa de champán delante del plato, y en medio de la mesa se erguía la botella, de un vidrio tan oscuro que apenas se podía distinguir la cantidad del interior.
El restaurante era grande, con decoraciones caras y tonalidades en rojo y dorado. En el centro de la sala se observaba una enorme lámpara de araña que proyectaba alargadas sombras.
En el otro extremo del restaurante una banda compuesta por un piano, un bajo, un violín y una batería tocaban una música idónea para la ocasión. Las suaves notas contribuían a que el ambiente fuese relajado y la cena transcurriese con normalidad.
Robert alargó la mano y cogió la de su mujer. Ambos sonrieron y estuvieron así durante varios minutos. Los anillos de oro blanco que ambos llevaban en el dedo anular brillaban bajo la luz de la lámpara.
-Pareces una gamba –dijo Melissa. En otro momento aquello hubiese roto el romanticismo, pero Robert comenzó a reírse, deseando aún más a su mujer.
-Sí, es cierto, pero tú no te salvas. Eres una gamba gótica –Melissa le fulminó con la mirada pero no pudo reprimir la risa.
-¿Sabes? Creo que podría vivir todo el año en Carmyle -dijo Robert de repente.
-¿Qué? –Melissa retiró la mano y frunció el ceño-. ¿De qué estás hablando, Robert? Dijimos que vivirías conmigo algunos días a la semana, pero no todo el año. No puedes permitírtelo. La sede de Brigham’s está en Glasgow, y vivir en Carmyle sería alejarte peligrosamente. Ya me estoy imaginando a tu madre…
-No, Melissa, no lo entiendes. Quiero dejar esto –Melissa alzó las cejas-. Quiero dejar Brigham’s. Si Audrey faltara yo me encargaría de la empresa, pero no quiero terminar como ellos. La empresa distanció a mis padres de una manera inimaginable. Incluso se distanciaron de nosotros. Yo me crié con Katherine Harris, una asistente de nuestra casa. A penas veía a mis padres. No quiero que… bueno –Robert agachó la mirada y continuó con un susurro-, no quiero que si algún día tenemos hijos se críen con algún asistente.
-Dioses –dijo Melissa mirando su plato vacío-. Tu madre me va a matar.
-Dejemos ese asunto, Mel. Quiero dejar atrás Brigham’s, Glasgow y todos los asuntos relacionados con mi familia. Además, ahora Mark tiene novia y podría encargarse perfectamente de la empresa. Somos dos hermanos, y yo ahora mismo me considero una especie de comodín.
-¿Estás seguro de lo que estás diciendo, Robert? Imagínate lo que puede suponer eso. Recuerda que la prensa me conoce, y Brigham’s también es bastante conocida.
-Me da igual, Mel. Quiero estar contigo. Te quiero, y no pienso sacrificar nuestra felicidad por unos cuantos millones. Además, económicamente estamos muy bien, y podríamos vivir sin problemas muchos años.
-Pero yo no dejaré la biblioteca. Soy la encargada de la biblioteca pública de Carmyle, y no la dejaré aunque mi marido tenga… unos cuantos millones en el banco.
-Lo sé, sé que nunca renunciarías a tu trabajo, por eso eres especial. Dime, Mel, ¿me apoyas? –Robert cogió nuevamente la mano de su mujer y la ocultó bajo sus palmas. Luego la llevó lentamente a su boca y le dio un beso. Melissa, aunque tardó en reaccionar, le miró a los ojos y pestañeó varias veces.
-Claro –dijo con una voz sin fuerza-. Claro que te apoyo –Robert sonrió.
26 de agosto de 2010
Melissa se encontraba en el ordenador de su despacho escribiendo un mail a un proveedor. Tenía otras ventanas abiertas, la mayoría relacionadas con la contabilidad de la biblioteca.
Su silla estaba orientada a espaldas de un enorme ventanal del tercer piso, y el sol, medio oculto tras espesos nubarrones grises, proyectaba su sombra en el extremo opuesto, donde una puerta oscura se encontraba cerrada.
Mientras Melissa tecleaba rápidamente sin mirar al teclado, el teléfono negro Philips sonó varias veces. Melissa miró por encima de sus delgadas gafas de montura metálica que utilizaba para el ordenador, escribir o conducir y observó que desconocía el número.
-¿Sí?
-¿Melissa Brigham? –dijo una voz algo distorsionada.
-¿Quién lo pregunta?
-Le llamo de Corazón de Inglaterra, ¿podría dedicarnos unos minutos?
Rápidamente Melissa colgó el teléfono. Dos preguntas se le formaron en la mente: ¿Cómo habían descubierto ESE número de teléfono? Y, ¿Por qué un programa de la prensa rosa se interesaba en ella?
El teléfono volvió a sonar, y era el mismo número. Melissa optó por dejarlo sonar, pero aquello no funcionaba. El timbre del teléfono sonó nuevamente. Melissa descolgó y colgó rápidamente. Con el ceño fruncido decidió dejar el teléfono descolgado, y el timbrazo dejó de emitirse.
Terminó de escribir su mail y habló con Emily Schulz, la recepcionista con fuerte acento escocés.
Cuando le dijo que cubriera su puesto y dejara a la otra recepcionista en el suyo Emily no emitió queja alguna.
Acto seguido Melissa cruzó la puerta de altas vidrieras y caminó hacia su Nissan Micra.
Aparcó el coche en su casa y entró al cuarto de baño. Allí observó su reflejo en el cristal algunos segundos, hasta que finalmente se relajó tomándose un valium y metiéndose en la cama.
Cuando estaba a punto de coger el sueño, su teléfono móvil sonó. Melissa abrió los ojos como platos y cogió el pequeño móvil.
Era otro número.
Al descolgar no dijo nada, pero la otra voz habló. Era una voz de mujer.
-Hola, Melissa, soy Claire.
-¿Claire? –Melissa sintió como el vello de su nuca se erizaba.
-Es normal que no sepas quién soy. Nunca me viste, ¿verdad?
-¿Quién eres y qué quieres?
-Me preguntaba cómo se encontraba mi nieta en mi hogar. Espero que sea de tu agrado.
-Esto no tiene ninguna gracia –dijo Melissa.
-¿Es que no te das cuenta que soy la única persona en el mundo que desea protegerte?
-Mi abuela está muerta, y nunca la conocí.
-¿Sabes que el éxito del vampiro es que la gente no crea en él?
-¿Qué quieres decir? –Melissa se sentó en la cama, flexionando las rodillas.
-Debe ser así. Y tú debes creerme. Hundiste la firma Lawrence & Hamilton, y pronto hundirás la firma Brigham’s. Te estás ganando muchos enemigos, jovencita. Sería conveniente que te protegieras. Gracias a mí huiste de Dartford, pero ahora debes huir de Carmyle.
-No me iré de aquí. Robert y yo viviremos en esta casa. Aquí estoy lejos de la prensa y de los Hamilton.
-Pero los cuervos acechan.
Acto seguido el locutor colgó, y se escucharon los pitidos pertinentes. Melissa tenía el ceño fruncido, y observaba el teléfono con incredulidad.
Entonces, aún respirando agitadamente, marcó el teléfono de su marido.
-Robert –dijo él.
-Soy yo, Melissa –dijo ella temblorosa.
-¿Qué pasa, cielo? –preguntó su marido con preocupación.
-Me acaban de llamar… -la voz de Melissa se apagó y entonces recapacitó. ¿Qué le iba a decir a su marido, que su abuela muerta le había llamado? ¿Qué un loco había conseguido asustarla?-. Me han llamado de Corazón de Inglaterra –en realidad era un alivio que tuviese otra alternativa-. No sé cómo han conseguido el número del despacho. Sólo lo tienes tú y algún proveedor.
-Bueno, no te preocupes. Nos acabamos de casar así que supongo que nos darán la brasa unos cuantos días, pero intenta llevarlo lo mejor posible, ¿vale?
-Sí, vale. Perdona por molestarte.
-Me acabas de salvar de una reunión con los pedantes de la competencia que quieren fusionar algunos departamentos.
-¿Has hablado con tu madre?
-Aún no. Mark está de viaje con Grace por Barcelona, y quiero esperar a que estén aquí para reunirlos a todos.
-Está bien. Nos vemos esta noche.
-De acuerdo, adiós.
2 de septiembre de 2010
-No, mamá –decía Robert caminando de un lado para otro con el móvil pegado a su oreja derecha. Melissa estaba sentada en el sofá viendo un documental, pero apenas le prestaba atención. Cada poco rato dirigía su mirada hacia Robert, el cual parecía tenso-. No. Lo siento, pero eso ya lo hablamos hace dos días. Mark está al corriente. Sí. Sí, mamá –Robert soltó un suspiro de frustración-. ¡Joder, mamá! Eso también lo hablamos. No. Está todo decidido, además, ya firmé los papeles. Sí, Mark se queda con mi puesto. No lo sé, ese departamento es de… ¿qué? Sí, también. Está bien. Basta, mamá. ¡Basta! Me da igual lo que pienses, es mi vida, ¿de acuerdo? Y la quiero. Adiós, mamá.
Robert colgó el teléfono y lo lanzó hacia la mesa, donde resbaló unos cuantos centímetros sobre la superficie de cristal hasta que frenó. Melissa no decía nada.
Robert regresó al salón con una lata de cerveza en la mano y se sentó al lado de su mujer.
-Lo siento –dijo Melissa.
-¿Qué? –exclamó Robert sorprendido-. ¿Por qué lo sientes?
-Por mi culpa estás separándote de tu familia. Soy una especie de Eris. De hecho, mi padre, cuando era pequeña, me dijo que era la manifestación de la Discordia.
-Tonterías –Robert dejó la cerveza sobre la mesilla auxiliar y miró a su mujer con ojos tiernos-. Si no fuera por ti aún estaría encerrado en esa oficina, sabiendo que sería rico y poderoso, pero jamás podría tener la familia que tanto quiero. He de agradecer que hayas aparecido en mi vida.
6 de septiembre de 2010
Melissa se encontraba en el centro de Carmyle haciendo unas compras para el hogar cuando sonó su teléfono móvil.
Frenó el carrito de la compra y descolgó.
-¿Sí?
-Estarás contenta –dijo la inconfundible voz de ex fumadora de Audrey-. ¿Qué será lo próximo, poner una bomba en Brigham’s?
-Señora, yo no he tenido nada que…
-¿Es que tampoco ves las noticias o lees revistas? Han cedido unas fotografías a los medios donde se os ve a ti y a mi pequeño fornicando como conejos en el barco ese. Ya puestos podrías posar desnuda para alguna revista pornográfica, ¿no crees? –Melissa abrió la boca pero no pudo decir nada-. ¿Ahora te quedas sin habla, eh? Primero me quitas a mi pequeño y ahora ensucias el buen nombre de la empresa. Mira, bonita, arruinaste a tus padres, pero no podrás conmigo. Antes te arruino yo. Y de esto ni una palabra a Robert, o me encargaré de separaros.
Dejando el recuerdo de su timbre grave de voz, Audrey colgó el teléfono, dejando a Melissa atónita. La gente que paseaba por el supermercado se quedaba observando la figura estática de Melissa, pero nadie decía o hacía algo.
Una vez en su casa, Robert se encargó de la cena. Aprovechando las compras que había hecho Melissa, metió en el horno un conejo, patatas y pimientos. Pronto el aroma de la comida inundó todo el hogar.
El teléfono móvil de Melissa volvió a sonar, y aunque recelosa, Melissa descolgó, alejándose disimuladamente unos cuantos pasos de la cocina.
-¿Quién es? –susurró.
-La guerra ha empezado. Tienes ojos pero debes mirar lo que no ves. Lo obvio ya lo conoces, pero, ¿qué harás con lo que se oculta en las sombras? –dijo aquella voz que afirmaba ser Claire Shore. Sin darle tiempo a reaccionar, la voz al otro lado del teléfono colgó.
Robert caminaba hacia ella portando un delantal verde y unas tenazas de cocina en la mano derecha. Observó como su mujer parecía petrificada en el salón, y alzó una ceja.
-¿Qué sucede? ¿Quién era?
-Oh, nada. Se han confundido.
-Últimamente te veo muy tensa, ¿no tienes nada que decirme?
-Todo va bien. Bueno, ya sabes, todo este asunto de haber abandonado Brigham’s me tiene algo preocupada, pero nada más.
-No tienes de qué preocuparte. Yo estoy feliz contigo, ¿qué más da el resto?
-Sí, es verdad –entonces Melissa se dejó querer, y el conejo que estaba en el horno se chamuscó mientras ellos hacían que los muelles del sofá se resintieran.
Uuuh, un toque picante <.<. Ya me he enganchado a esta historia ¬_¬.
ResponderEliminarpobre conejito xD
ResponderEliminarsigue asi!
Nos leemos =)
¡Ya sé cómo captar adeptos! xD
ResponderEliminarNo, en serio, gracias por seguir ahí ^^