Contaba la leyenda que al sur de Virana había existido una próspera ciudad llamada Anáule. La ciudad había comenzado siendo una colonia de la antigua ciudad de Atria. Ni siquiera por aquellos tiempos se llamaba Atria.
El colonizador, Demus Lamarck, había tenido suerte al encontrar aquellas regiones sin dueño, pues Virana solía adueñarse de todo cuanto veía a su alcance.
Demus Lamarck partió con un batallón de cien personas, y a todos ellos los mandó construir un asentamiento digno de la ciudad matriarca.
Pronto comenzó la construcción de la ciudad sin nombre, de altos torreones grises y humeantes chimeneas que brotaban de tejados de cerámica y barro.
Pero entonces, un día Lamarck conoció a una tribu maera, gloriosa raza de humanos con rasgos felinos, que se encontraba lejos de su pueblo, en las profanidades de un desierto. Y de aquellos maeras, Demus conoció a una bella muchacha de no más de veinte años. Era una joven con el cabello tan largo que le azotaba las pantorrillas con cada paso. Además, su color era tan pálido y dorado que parecía una cascada de oro líquido. Demus se enamoró perdidamente de la maera.
Para su sorpresa, la joven sabía hablar torpemente el idioma común de la gente civilizada, y aquello no hizo más que incrementar su deseo por ella. Pero no fue el único que se enamoró, pues la maera cayó en el delicioso sueño del amor al ver a Demus por primera vez. No lo quiso admitir, pues las reglas de su tribu eran estrictas, pero Demus le había mostrado su corazón y en él solo había bondad.
Un día, sin previo aviso, la maera decidió abandonar la tribu y se marchó con Demus Lamarck al asentamiento que ya tenía forma de ciudad. Y el mismo día de la boda, Lamarck decidió bautizar la colonia con el nombre de su amada, Anáule.
Aquello hizo que un creciente torrente de rumores se dispersara por todos los rincones del continente, llegando incluso a los oídos felinos del vasto desierto del oeste.
Había algo que Anáule no le había contado a Demus, y era que su padre, Gureen, era el Sumo Sacerdote del Sol de un templo de de los desiertos.
Gureen había sido elegido Sumo Sacerdote gracias a sus magníficas cualidades mágicas y su devastadora habilidad para invocar fuerzas píricas. Además, gracias a la energía que obtenía con la luz solar, Gureen podía practicar un tipo de magia muy parecida a la Magia Prohibida.
Una noche, irrumpiendo como el león entre los juncos, Gureen hizo su aparición en la ciudad bautizada con el nombre de su hija. Nadie pudo entender una sola palabra del sacerdote, pero los testigos anónimos que ayudaron a aportar detalles en aquella historia juraban que Gureen estaba totalmente indignado con aquella decisión. Demus era un hombre codicioso y Anáule una maera destinada a ser la próxima Suma Sacerdotisa del Sol del poblado, y aquella unión sólo sirvió para romper la tradición ancestral.
Haciendo gala del sureño temperamento maera, Gureen invocó los mágicos poderes que había cargado en su cuerpo durante tres días en la cúpula del templo y pidió a los dioses del sol, tal y como ellos reconocían, el poder devastador para lograr su cometido. El poder que descendió de los cielos fue tal que redujo a cenizas toda la ciudad. Incluso la roca y el metal cedieron al calor de su magia transformándose en una especie de líquido que se filtró por las grietas de la región. Pero entonces, cuando supo que no todos los habitantes habían muerto, Gureen enfureció aún más.
A la mañana siguiente llegó un carruaje con cuatro caballos. Dentro se encontraban Demus Lamarck, Anáule, un general, cuatro mensajeros y una sacerdotisa del templo de la diosa de las almas que habían construido en la nueva ciudad.
Pero los caballos se detuvieron ante la imponente figura del sacerdote del desierto. Chasqueando los dedos hizo que los caballos se deshicieran de sus riendas y galoparan asustados adentrándose en la espesura del lejano bosque del este, allá donde los valles frondosos y las cascadas brindan hermosos paisajes a los aventureros.
Sabiendo que aquella era su hija pero que había roto todos los votos del poblado y del templo, Gureen utilizó la poderosa magia que había aprendido en sus largas meditaciones con el sol.
Y así fue como Gureen decidió condenar a su hija, a Demus y a todos los supervivientes que se cruzaron en su camino en monstruosas arañas que no podrían ver nunca más la luz del sol.
Gureen se ocupó de que ninguno de ellos se beneficiase de las propiedades del astro al que rendía culto. Si aquellas bestias osaran mirar al sol Gureen sentiría que no hacía más que ofender al Dios de Oro. Y sería entonces cuando el simple contacto con sus rayos desprendería la piel de sus horrendos huesos.
Anáule, Demus, y los demás que fueron alcanzados por la maldición de Gureen fueron condenados a adentrarse en las profundidades de la tierra, allí donde la destrucción de la ciudad había creado oscuros pasajes subterráneos y galerías de aguas silenciosas.
Fuego solar por Jessyca Mayorgas Arrabal se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
Basada en una obra en edriellelaescriba.blogspot.com.
Hola^^,
ResponderEliminarhe visto que te gusta la escritura y las buenas historias, he pensado que podria gustarte "La rueda del tiempo" y que si necesitas informacion te podrias pasar por:
http://tarvalon.forospanish.com/
Es un foro en el que todos hablamos de esta saga y de muchas cosas mas
Un saludo!
Muy entretenido y pasé un buen rato leyendolo .Buen trabajo .
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias por vuestros comentarios, son de verdad bienvenidos y me ayudan a continuar ^_^
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