El ser sin brazos se abalanzó sobre Melissa pero ella rodó en el suelo como los soldados en el campo de batalla.
La criatura se estampó directamente con las palancas y la máquina soltó unas cuantas chispas. La linterna que estaba apoyada sobre una repisa de metal cayó al suelo a causa del impacto y Melissa alargó el brazo para cogerla. Pero su mano se encontró con otra cosa.
Sus dedos se cerraron en torno al metal y alzó la palanca que se había desprendido de la máquina.
Aquella escena la recordaba mucho a la fotografía de la sala de enfermeras, pues cuando se puso en pie aprovechó el estado de la criatura que estaba arrodillada frente a la máquina y le propinó un fuerte golpe en la espalda. El metal se partió en dos y las dos partes de la palanca volaron por los aires. El monstruo aulló de dolor y cayó al suelo.
Melissa cogió la linterna e hizo amago de correr, pero sus pies resbalaron a causa del lodo que había quedado y cayó al suelo.
La criatura se puso en pie nuevamente y su extraña cabeza se giró para mostrar sus dientes. Melissa gritó de nuevo pero encontró fuerzas para ponerse en pie.
Aferrándose a las paredes Melissa salió al pasillo y se encontró nuevamente con la sala de calderas.
Sin pensárselo dos veces propinó un fuerte placaje a la puerta y esta cedió. Melissa cayó al suelo y su linterna rodó varios metros por delante.
El monstruo sin brazos corría por detrás gimiendo, rugiendo y respirando de aquella manera tan horrible.
Melissa gateó temblando hasta la linterna y observó un hueco en el suelo.
Unas escaleras oxidadas descendían hacia la oscuridad.
No tenía otra alternativa. Era descender o enfrentarse a una muerte segura.
Puso un pie en el primer peldaño y un frío cortante penetró sus ropas. El monstruo entró en la habitación y se abalanzó con la boca abierta hacia Melissa, pero entonces ella ya tenía la cabeza por debajo del agujero de la escalera.
El monstruo quiso seguirla pero entonces se vio atascado. Su enorme y desfigurado torso no cabía por aquella obertura, así que se quedó encorvado hacia el agujero con la cabeza por dentro dando mordiscos en el aire mientras sus rugidos provocaban un ensordecedor eco que viajaba por la oscuridad.
Al abrir los ojos Melissa se encontró con la preocupada mirada de Robert. Su marido parecía compungido, pálido. Su aspecto era totalmente enfermizo pero aferraba su mano como si Melissa se estuviese cayendo por un agujero.
El pitido intermitente de una máquina llegó a sus oídos y miró hacia los lados muy lentamente. Aquello le hizo saber que estaba muy débil.
-Hola, cariño –dijo Robert. Por detrás de su marido pasó una enfermera y se puso a revisar una bolsita que colgaba a su derecha. Era transparente y estaba llena de un líquido transparente. Un conducto tupido portaba gotitas de ese líquido hasta su cuerpo. Estaba en un hospital, así que se ahorró la típica pregunta.
-¿Qué me ha pasado? –aquello no era obvio para Melissa.
-Tranquila, todo está bien. Tuviste un accidente con el coche el dos de agosto.
-¿Qué? ¿Qué día es hoy? –su voz era débil y ronca a causa de la posición del tubo que había llevado tantos días en la boca.
-Veintitrés de agosto. Has estado muy débil pero te has ido recuperando poco a poco.
-Me duele la cabeza –Melissa se llevó la mano temblorosa hacia la cabeza y sus dedos se toparon con algo extraño. No era pelo. Era algo más denso y parecía ajeno a ella. Al ver su expresión Robert dijo:
-Es una venda. Te operaron el cerebro cuando ingresaste. El accidente te produjo daños serios en la cabeza. El doctor Andrews me informó los riesgos de la operación y me dijo que podría producirse alguna complicación en el proceso de recuperación puesto que tuviste muchos derrames. Pero esperemos que todo salga bien. Tienes que descansar.
-No puedo descansar. ¿Se sabe algo de Jessica? –Robert se sentó al filo de la cama y se inclinó hacia su mujer.
-Sí, la inspectora Meyers se puso en contacto conmigo. Según los resultados de las pruebas encontradas en las monedas alemanas un señor de cincuenta y tres años llamado Vincent Addams podría ser el encargado de… de la muerte de los Connor.
-¿Y de la desaparición de Jessica?
-No lo sabemos, pero es lo más seguro.
-Pero ¿por qué? No conocemos a ningún Vincent Addams, ¿qué tendría en nuestra contra para hacer algo así? ¿Por qué…?
-Tranquila; relájate –dijo Robert con voz arrulladora-. Respira. Así es. Muy bien.
A las seis menos veinte de la tarde Robert se encontraba cenando una ensalada en la mesilla que le habían puesto. De hecho Robert sólo había abandonado el hospital para ducharse y atender alguna reunión en Connor’s Chair. El resto del día lo pasaba junto a su mujer esperando que despertara y junto al teléfono móvil esperando a que sonara para hablar con Donna Meyers.
Habían inclinado un poco la cama de Melissa para que pudiera recostarse y mirar a su marido. Aún tenía un aspecto muy grave y delicado pero por lo menos podía hablar. La doctora Kauffman había venido dos horas después de despertarse Melissa para comprobar su estado y felicitó al matrimonio por el progreso, pues Melissa podría haber perdido la facultad del habla.
-Ha estado aquí Emily Schulz, tu compañera de trabajo –dijo Robert llevándose el tenedor a la boca. Melissa frunció el ceño y tardó varios segundos en reconocer a Emily. Después entreabrió los labios y asintió con la cabeza.
-¿Cómo está?
-Está bien, aunque dice que la biblioteca es muy diferente sin ti. ¡Quién lo iba a decir! Te echan en falta en algún sitio –Robert comenzó a reírse y su mujer lo fulminó con la mirada para luego reírse también.
26 de agosto de 2019
Melissa dormía cuando el sol comenzó a despuntar por detrás de los altos edificios de Glasgow.
Robert se desperezó, se acercó a su mujer y le dio un beso. Ella entreabrió los ojos y se encontró con el rostro de su marido. Estaba desaliñado y sin afeitar, pero él ya se había dado cuenta, por eso le dijo:
-Voy a casa a ducharme y a pasarme por la oficina. ¿Comemos a la una?
-De acuerdo. Podemos comer aquí, si te parece. Creo que es un lugar idóneo –dijo Melissa en tono jocoso. El sonrió y asintió con la cabeza.
-Hasta luego, mi amor –y se despidió dándole un beso en la frente. A Melissa le venció el sueño como un rayo fulminante.
26 de agosto, más tarde
-Buenos días –dijo Bianca Dohe bajo el umbral de la entrada. Llevaba un ramo de flores rojas y blancas en las manos y una sonrisa en su delicado rostro. Melissa parpadeó varias veces e intentó sin éxito sentarse-. No, no, no. No te muevas, ya lo haré yo, tranquila –Bianca accionó un botón y la cama se elevó un poco hasta que Melissa pudo quedarse en la posición adecuada.
-Hola, Bianca. Oh, gracias –dijo al observar las flores-. Puedes ponerlas… ahí. Sí, ahí.
-Siento mucho lo ocurrido, pero ¿cómo pasó? Es decir, las noticias no paran de hablar de lo ocurrido pero tú sabrás mejor lo que te pasó.
-Si te soy sincera… no estoy segura. Sé que estaba de camino a casa, en la autovía, cuando de repente me quedé dormida. Lo último que recuerdo es haber abierto aquí los ojos. Ya ves, hasta me han taladrado la cabeza –dijo Melissa mirando hacia arriba.
-Espero sinceramente que te recuperes pronto. Me sentí muy mal cuando me enteré de lo ocurrido, pues horas antes habíamos estado comiendo y charlando por Glasgow.
-No hay por qué preocuparse. Ahora estoy bien…
-No pareces muy convencida de ello.
-Robert no me cree. O no me quiere creer. Desde que discutimos ya no he vuelto a hablar sobre mis extraños sueños. A veces ni siquiera creo de verdad que sean sueños. Son otra realidad. ¡Es lógico que Robert se enfade! Una persona no puede estar viviendo en dos mundos y contárselo a su esposo como si fuera algo tan normal como entendible. Él no está preparado. No: nadie está preparado. Yo nunca pedí que me ocurriera esto. Conozco las artes que la humanidad ha ido ocultando tras capas de tabús y política de “civilización”, pero esto supera con creces a mis estudios. Nunca jamás había pertenecido a un mundo desconocido tan real como… como ese.
-¿Sabes como llamé yo a ese mundo? La Ciudad Muerta. Y no me negarás que el nombre le va como anillo al dedo.
-Sí, es cierto.
-¿Has vuelto a entrar ahí? –Melissa dudó unos instantes antes de hablar.
-Sí, estuve ahí. No sé cuándo ni por cuánto tiempo pero estuve ahí. ¿Sabes lo más sorprendente? Los lugares de la Ciudad Muerta son los lugares de este mundo. Pero allí son sombríos y terriblemente amenazadores. Estuve en este hospital, el Gartnavel General, pero no era del todo el mismo hospital. Existían incoherencias. Datos inconclusos. Era sombrío, sucio y susurrante, pero era este hospital. Y el mismo hospital me decía que mi hija estaba allí. Tenía que buscarla, así que comencé a hacerlo. Pero… entonces llegué al nivel inferior. Llegué a la oscuridad del hospital. Allí donde no existía nada más que las tinieblas y la respiración sibilina de una criatura de sombras –la máquina a la que estaba conectada Melissa comenzó a pitar cada vez más fuerte y sus pupilas se dilataron. Su respiración era dificultosa.
-Tranquila, Melissa –dijo Bianca-. Relájate: respira. Melissa, por favor, relájate. ¡Enfermera!
Melissa comenzó a tener convulsiones por todo su cuerpo mientras sus ojos totalmente blancos y su boca entreabierta ofrecían una horrible visión. La máquina pitaba más gravemente y con mayor celeridad.
Unas enfermeras llegaron corriendo a la sala y observaron su estado.
-¡Carro de paradas! –gritó una médica de tez negra y bucles marrones. Dos enfermeros llegaron arrastrando el carro de paradas y la médica las cogió con ambas manos. Dio una orden y luego gritó-: ¡Fuera!
El pecho de Melissa subió y bajó como tocada por un rayo. Bianca estaba en una esquina de la habitación observando con horror como un grupo de enfermeros y médicos intentaban regresar a la vida a Melissa.
26 de agosto a las 15:36h
Robert Brigham aparcó el nuevo coche; un Ford Focus Coupe del 2008 de color negro de segunda mano. Todo gracias al amigo de Jared, Aaron Hurley, quien había decidido vender su coche para pagar facturas y la boda que se había oficiado días antes en los juzgados de Glasgow. Por lo tanto, ahora, Amanda Hurley y su marido intentaban abrirse paso por entre el sinuoso sendero de las parejas casadas que intentan pagar facturas y sobrevivir en un mundo donde el dinero es el que empuja a la gente a ser felices.
En el pasillo del hospital se encontró un jaleo de médicos y enfermeros que iban de un lado a otro. Robert se detuvo frente a la habitación de su esposa y observó horrorizado por la ventanita que su mujer no estaba ahí. Ni siquiera estaba la cama.
-¿Dónde está mi mujer, Melissa Brigham? –preguntó Robert a un médico cuya plaquita rezaba Doctor Ethan Murphy.
-Su mujer ha sufrido un paro cardíaco y su cerebro se ha inflamado. La doctora Kauffman y el equipo de neurocirugía están operándola ahora mismo para reestablecerla. Tranquilo, todo irá bien –Robert parecía petrificado por el espanto. No podía moverse, ni gritar, ni llorar ni despegar los ojos de la mirada del doctor Murphy.
El teléfono móvil de Robert comenzó a vibrar dentro del bolsillo de su pantalón pero estaba tan petrificado que a penas podía distinguirlo.
Pasados unos segundos el móvil dejó de emitir la vibración y devolvió a Robert a la realidad. A pesar de tener los ojos abiertos ni siquiera se había dado cuenta que el doctor Murphy ya se había marchado y que ante él no había nadie más que los enfermos que arrastraban el gotero o los médicos portando carpetas y papeles.
Pero entonces el móvil vibró una vez más y Robert lo abrió y observó la pantalla: Donna Meyers.
Robert se retiró hacia la habitación vacía de su mujer y descolgó el teléfono.
-Robert –dijo él.
-Buenos días, señor Brigham. Tengo buenas noticias. Hemos atrapado a Vincent Addams y lo estamos interrogando. Se ha encontrado un arma: un cuchillo de caza de mango negro que Vincent utiliza para amedrentar a sus víctimas. Sí, el muy cerdo es un violador en potencia que se ha escapado varias veces de las fuerzas del orden del Reino Unido.
-Qué hijo de puta –murmuró Robert cuando por su mente se pasaron imágenes crueles de Jessica y aquel cerdo.
-Hay más. La sangre encontrada en el arma así como las huellas halladas coinciden. Por lo tanto, aunque Addams se niegue a decir la verdad será procesado por el asesinato de Amanda y Charles Connor.
-Bien, gracias, Donna.
-¿Cómo está su mujer? –Robert rompió a llorar.
Melissa abrió los ojos emitiendo un alarido descomunal cuando sintió que el frío opresivo volvió a inundar su corazón.
Estaba tiritando y sentía las piernas empapadas y entumecidas. Creía tener la mandíbula desencajada a causa del descomunal grito de espanto; era una situación horrible.
Pero entonces, como si su alma volviese a su cuerpo devolviéndole la razón, su voz se apagó y el grito se extinguió. Había un cuerpo extraño oprimiéndole el estómago. Llevó sus manos temblorosas a la cadera y rozó el objeto. Accionó un botón y un cegador haz de luz apuntó hacia arriba.
De pronto aspiró y sintió arcadas, pues en el ambiente flotaba un insoportable hedor. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
Melissa arrugó la nariz y alzó el rostro siguiendo la estela de luz de su linterna. Allí arriba, muchos metros por encima de su cabeza, descubrió una bóveda cóncava pedregosa de aspecto antiguo.
Después bajó la mirada y alumbró a sus pies. Ante ella se extendía un oscuro y enorme túnel donde una corriente de agua fétida viajaba silenciosamente. De pronto se dio cuenta de su situación: se encontraba en las cloacas de la Ciudad Muerta , tal y como la había llamado Bianca Dohe.
Desde un conducto de piedra y cemento caía un chorro de agua turbia como una cascada humeante. Melissa alumbró hacia arriba nuevamente, después hacia la derecha y por último hacia la izquierda sin encontrar rastro de las escalerillas que ascendían hasta el Gartnavel General. Su única opción era caminar. Pero ¿hacia dónde? ¿Siguiendo el curso del agua o a contracorriente? Caminar a contracorriente, pensó, era en sí más desagradable que caminar en el sentido del curso, pues podría interponerse en el viaje de alguna rata… o de algún excremento.
Así pues, levantando la bota bajo el agua y sintiendo como la presión hacía que el lodo se adhiriese al cuero y a la suela, se puso en marcha siguiendo la fuerza silenciosa de las aguas hediondas.
Cada vez que flexionaba las rodillas para avanzar un paso sentía que bajo el manto acuoso un mantel de lodo se despegaba del lecho pedregoso y generaba burbujas desagradables que explotaban luego en bombas fétidas.
Melissa no pudo más. Un impulso hizo que se inclinara hacia delante y soltara lo que sus tripas no podían contener.
Rápidamente su vómito desapareció en la oscuridad y Melissa deseó salir de ahí cuanto más rápido posible.
Cuando llevaba unos veinte minutos caminando entre la espesa masa de agua fétida, Melissa se detuvo para observar la bifurcación de las cloacas. A su derecha se abría un túnel más pequeño y ruidoso, probablemente porque al final habría una especie de cascada, y a la izquierda se retorcía un túnel algo más ancho pero silencioso.
Caminó hacia el más ancho iluminando con su linterna.
Nuevamente se abría ante ella una bifurcación en los túneles, pero aquella vez era diferente, incluso más esperanzador. Dos túneles viajaban en paralelo hacia la izquierda. Otro túnel, tan pequeño que obligaría a Melissa a gatear por entre el agua podrida, desaparecía en la oscuridad de enfrente, y por último, unas escalerillas surgían del agua y se comunicaban con otro túnel que describía una curva hacia la derecha y luego desaparecía en diagonal.
No hacía falta hacer cálculos para decidir un destino.
Tan rápido como le permitió el lodo que parecía agarrarla con manos viscosas, Melissa ascendió los peldaños de piedra y se sentó al filo del último escalón mientras intentaba recobrar el aliento. Craso error, puesto que al respirar por la boca sintió como si estuviese masticando aquel ambiente con olor a muerte.
Más pálida que nunca y con los ojos llorosos, Melissa volvió a sentir arcadas. Se llevó una mano a la boca y otra al estómago mientras se lo masajeaba con delicadeza. Tras varios segundos pudo ponerse en pie y continuar adentrándose en el túnel desprovisto de agua.
Al menos era un aliciente para continuar. No existía agua bajo sus piernas, pero sí el inexorable hedor a podredumbre. Pero al menos no tendría que continuar con la horrible sensación de estar pisando heces y lodo.
Caminó sin descanso hasta que al torcer una curva algo inclinada hacia arriba descubrió al final del túnel un punto iluminado. La luz caía desde arriba como el rayo celestial que otorga paz y serenidad. Sin dudar ni un instante corrió hacia la luz como alma que lleva el diablo.
Llegó jadeando, con lo que tuvo que inclinarse hacia delante y apoyarse en los muslos para tomar grandes bocanadas de aire.
Cuando creyó estar recuperada iluminó con su linterna hacia arriba y efectivamente, había un agujero en aquel túnel. No era un boquete abierto con violencia, su perfil era perfectamente redondo. Era una boca de cloaca.
Pero ella sabía que las bocas de cloaca estaban conectadas a escaleras, así que iluminó hacia la pared y efectivamente, adheridos a la piedra habían unos peldaños de metal oxidado que ascendían irregularmente hacia la obertura.
Melissa se puso la linterna encendida en el pantalón y comenzó a escalar lentamente. Se sentía verdaderamente débil. Había vomitado sin saber muy bien si tenía o no lleno el estómago. Había viajado durante largos minutos a través de unas cloacas fétidas en las que el agua dificultaba el paso y no estaba muy segura pero creía que en el otro mundo también estaba débil.
Algo extraño sucedió. A medida que Melissa ascendía los escalones veía que la luz proveniente del exterior menguaba. Cuando por fin extrajo la cabeza por la obertura la luz había desaparecido por completo.
Era extraño, pero al menos tenía su linterna.
Hacía frío. Una densa niebla lo cubría todo y desde el cielo invisible caía una débil y gélida lluvia.
Y, a pesar de estar totalmente congelada, Melissa alzó el rostro, abrió los brazos y esperó que el agua limpiara su cuerpo de tan desagradable remanente de las cloacas.
Pero entonces su linterna parpadeó y Melissa corrió entre la niebla.
Bajo sus pies había asfalto y una línea amarilla discontinua. Después de todo se encontraba en la carretera y allí no podría atacarla el horrible ser que había visto en el hospital.
Sus manos tocaron algo, y cuando la niebla se disipó un poco pudo ver que estaba tocando la fría superficie de cristal del escaparate de una tienda.
El interior estaba oscuro pero ante ella se alzaba el esbelto maniquí de una mujer promocionando un vestido estampado en flores que llegaba hasta las rodillas.
Cuando observó su rostro ahogó un grito, pues tenía la cabeza cortada de una persona. Sus ojos estaban abiertos pero blancos, la sangre de su cuello cercenado bajaba lentamente por el cuello de plástico hasta manchar el escote del vestido.
Melissa se retiró del escaparate y volvió a caminar por la acera mientras la lluvia limpiaba lentamente la podredumbre adherida a su cuerpo.
Pero el frío continuaba siendo cortante, así que llevó sus manos a los brazos y los frotó con fuerza devolviéndoles el calor perdido.
Apagó la linterna puesto que la mortecina luz que envolvía la Ciudad Muerta era suficiente como para viajar sin caerse.
Algunas farolas estaban encendidas, otras habían explotado.
Y entonces, a la luz de una farola parpadeante observó un poste metálico con tres carteles en el extremo superior.
Los tres parecían placas oxidadas que en su tiempo estaban pintadas de blanco. Sus grafías aún conservaban el color negro.
La primera placa estaba orientada hacia el oeste y en ella se leía: Howell St. La segunda apuntaba hacia una carretera ancha en cuyo centro se elevaban árboles muertos. Uno estaba partido por la mitad y ennegrecido. En el letrero se podía leer: Pennywise Ave. Por último, el letrero que miraba hacia otro lado e hizo que Melissa caminara hasta ponerse en frente decía: Wickedmanor St.
Un recuerdo inundó su mente como el impacto de la ola en el peñasco. Sintió un mareo repentino y tuvo que apoyarse en el poste para no desfallecer.
Wickedmanor St. Sí, ya lo recordaba. Aquella era la calle que le había dicho Bianca Dohe. Tenía que significar algo. Gracias a ella había salvado su vida de los feroces colmillos de la bestia del hospital. Bianca era su único rayo de luz. Era la luz que podría conducirla hasta su hija.
Pero entonces la niebla descubrió una silueta bajita y algo rellenita unos metros por delante del poste.
Avanzó lo suficiente como para que Melissa observara el rostro de Claire Shore.
Su reacción fue estúpida, pero el temor que infundía ahora el rostro de Claire era lo suficientemente grave como para que Melissa blandiera la linterna como si fuera una espada. El haz de luz impactó en el rostro de la anciana y tuvo que entrecerrar los ojos. Claire parecía más vieja y harapienta desde su último encuentro.
-¿Qué estás haciendo aquí? –gritó Melissa. Claire miró al suelo y luego negó con la cabeza.
-El control sobre nosotros mismos escapa una vez cruzado el umbral de la ciudad –dijo ella recordándole una vez más las enigmáticas palabras de la anciana-. Nada me gustaría más que poder ayudarte, Melissa, y lo sabes. En el fondo de tu corazón lo sabes.
-Mentiste. Mentiste y vuelves a mentir ahora. Moriste en extrañas circunstancias cuando practicabas un ritual de magia negra. Si de verdad me conoces sabrás que no creo en el Diablo, pero sí creo en las malas intenciones. ¿Qué es lo que pretendías? –lo recordaba perfectamente. Recordaba el recorte del diario. Recordaba que Claire había muerto con el nombre de su hija en su mano-. ¿Quién diablos era Jessica? ¿Sabías que iba a nacer? ¿Sabías que sería tu bisnieta?
-Por sus venas corre la sangre de los Lawrence, igual que tú. Ella es igual que tú. Y ella es la llave de la sombra. Su sangre será derramada cuando el ritual termine, y entonces el apellido Lawrence viajará al mundo de las tinieblas y el sufrimiento. La venganza será dolorosa.
-¿De qué estás hablando? ¿Por qué quieres vengarte de nosotros? ¿Por qué de mí? Yo nunca te conocí, y si llegué a hacerlo era una niña demasiado pequeña como para recordar que tuviera control sobre mis actos.
La niebla se tornó oscura y emitía un desagradable sonido zumbante. El vaho se movía espasmódicamente y el mismo frío pareció congelarse. Melissa miró en derredor alumbrando con la linterna sin ver nada.
Pero entonces el grito desgarrador de Claire resonó en sus oídos y el inconfundible ruido de huesos partidos ahogó el grito de la anciana.
Cuando la niebla volvió a ser gris y menos densa, Melissa observó al frente con las manos temblorosas y la luz parpadeante. Claire Shore había desaparecido.
Melissa volvió a ver otro letrero donde rezaba Wickedmanor St. y decidió seguir las indicaciones mientras sus pies corrían velozmente sobre el asfalto húmedo.
La csm, que no toquen a mi Jessica! +arg
ResponderEliminarNo serás guionista de Prison Break o Lost? Porque haces como ellos, dejar lo mejor para el final del capítulo ¬¬
Me han entrado ganas de jugar a Silent Hill >.<.
=*****
Jajajaja
ResponderEliminarLa verdad es que ni he visto Lost ni Prision Break. Pero creo que en Lost la niebla es un factor importante, según he oído.
Yo también quiero jugar a SH pero mi emulador es un poco caquita úù
D:, no has visto ni Lost ni Prison Break! Luego soy yo el incultivado... Más que la niebla en Lost... el humo negro xD.
ResponderEliminarP.D: Dame besos ¬¬
Edrielle
ResponderEliminarDespués de nuestra conversación de ayer en el tren he estado leyendo algunos capítulos de Arcano. Me está gustando. Voy tomando notas que te podrían servir para pulir, si quieres. No sé si publicarlas o mandártelas a algún sitio (no tengo tu mail, imagino que conservas el mío). ¿Qué te parece?
Joaquín.